Alma Delia Murillo
27/10/2012 - 12:03 am
Breve inventario de los finales incesantes
Soy una mujer de principios sólidos y finales líquidos. Soy más lo que termino que lo que empiezo. Soy tan afortunada que llevo en mi alma un precioso collage de finales hecho con retazos de imágenes adheribles. De la bendita sucesión de finales que a ti y a mí nos han tatuado la piel, hago […]
Soy una mujer de principios sólidos y finales líquidos. Soy más lo que termino que lo que empiezo. Soy tan afortunada que llevo en mi alma un precioso collage de finales hecho con retazos de imágenes adheribles.
De la bendita sucesión de finales que a ti y a mí nos han tatuado la piel, hago este humilde recuento.
La última página de un libro
No querías pero llegaste. De repente. Como si tal cosa. Levantas la cara, vuelves a él. Le das la vuelta. Lo contemplas. Lo sopesas. Lo pones junto a tu pecho como si fuera un pajarito que se cayó del nido. Pero sabes que el huérfano eres tú después del punto final definitivo.
El último perdón
Queda lejos. No es un lugar que te guste frecuentar demasiado. Te arde la cara, el pecho. Ahí estás, sabes que no quieres ganar aunque pretendas que sí. Dices perdóname. Se cimbró el orgullo. Y no ganaste, pero sí.
La última luneta roja
Porque tú, como todos, tienes vicios personales: prefieres las lunetas rojas al resto, o los caramelos de envoltura amarilla a los de la envoltura verde, las galletas en forma de elefantito antes que las de vaca, las colaciones blancas sobre las rosas, los chocolates rellenos de un sabor y no de otro. Y es por eso que el último bocado se convierte en manjar de los dioses.
El último viaje
El boleto ha saltado de entre las páginas del libro que ahora estás leyendo. Y tu alma te abandona. Durante varios minutos eres un zombi sin conciencia que pasea por aquella ciudad que te gustó tanto, a la que fue tan difícil llegar, la que a veces confundes con la que habías visitado antes. Y tratas de recordar el año, el mes, el día precisos. Sonríes, inevitablemente sonríes.
La última vez que sujetaste su cara entre tus manos
Ese tacto. Esos pómulos. Esa piel. Todos los bosques de la Tierra en sus ojos. Tanta belleza entre tus manos te hizo vulnerable. Y te destruyó. Y ese recuerdo te desbarata, te asesina, te encanta. Te tocas la cara. Ahora eres tú y te acompaña la certeza de que aquel rostro ya no es tuyo. Eso se llama vacío.
El último condón en la caja
¿Era el último? Sí, era el último. ¿Es un sueño? No, traes una buena racha. ¿Se acabaron todos? Todos. Ya deja de presumir.
La última cruda
No lo vuelvo a hacer, dijiste. Pero sólo porque es una bonita forma diplomática. Tú y yo sabemos que lo volverás a hacer incesantemente. Aunque la deshidratación te haya hecho temblar y sentir el cuerpo medio muerto pero más vivo que nunca. Salud.
El último cigarro
Prometiste dejar de fumar. Tres veces. Cuatro. La quinta era la buena. No fue.
Sí, fumar mata, pero el desamor también. Y el hambre. O la rabia. O la sequía. Y algún vicio tenías que tener, alguna transgresión a los posmodernos estatutos saludables querías permitirte, algún rasgo de humanidad necesitabas conservar. Así que el último cigarro en realidad fue el primero. ¿Tienes fuego?
La última aceituna
Querías resistir y hacer gala de tu solemnidad mexicana en aquella reunión, pero es que ya solo quedaba una. Tomaste la decisión correcta: entre la diplomacia y la aceituna, cualquiera que se precie de estar vivo habría elegido lo segundo. Te la comiste. Y te chupaste los dedos.
El último sorbo de café
Un café. Un buen café. Uno verdadero porque el café descafeinado es alta traición al espíritu. De esa maravillosa taza que te lubricó los huesos queda solo un sorbo, el que duele, el de los sedimentos. Y por todas las veces que llegarás al último trago: volvamos a decir salud.
La última mentira
Tus mentiras te pertenecen. Enteramente, celosamente. Porque tú las pariste con el sudor de tu frente. Y si te da la gana puedes nombrarlas a todas la última. Y ninguna será. Pero a partir de hoy ya no volverás a mentir. Lo juras.
El último nombre
Al amor se llega reptando. Arrastrando una larga lista de despedidas. Pronunciando desde la fisura más íntima un nombre que corta. Pero vuelves a empezar por la A o por la Z y ahora “te amo” se pronuncia diferente. Tienes mucha suerte. Y si sabes que el amor no puede ser segunda oportunidad porque siempre será la primera y la única: entonces tienes mucha, muchísima suerte.
Larga vida a los finales.
@AlmitaDelia
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